¿Dónde estriba la capacidad de sorpresa del género humano?
¿En la sonrisa de un niño? ¿En un atardecer suntuoso? ¿En el canto de un pájaro al despertar? ¿en la comida que se disfruta con los amigos? ¿En el beso de una mujer hermosa? ¿En un oleaje suave?
Pienso que a pesar de todo, son los problemas, precisamente, donde Dios nos muestra su rostro.
Pero no porque le demos gracias al solucionarse aquello que nos preocupa, al contrario, debemos agradecer con amor y dulzura en el instante mismo en que nos sentimos más abatidos, a sabiendas que es su presencia, la que nos hace comprender que somos parte de un tejido, difícil de observar, de comprender, de hilar.
Considero que la sorpresa deviene al entender que somos mucho más que aquello que nos intentan hacer creer todos los días y por todos lados, en noticieros, periódicos, programas de chismes y revistas. Que somos más que sólo una suma de anhelos, deseos y perversiones como la lujuria o la lascivia, y que se transforman en cosas horrendas como la pedofilia. La sorpresa desciende sobre todos, cada vez que contemplamos que no solamente hay corrupción, hurto, homicidio y luchas por el poder ¿qué cara ponemos cuando alguien en la calle nos devuelve la sonrisa? ¿cómo nos sentimos cuando alguien nos regresa la cartera o el teléfono celular? ¿qué pasa al observar cuando un hombre cualquiera le cede su asiento en el microbús a una mujer o a una anciana(o)? ¿no hay sorpresa?
Somos sorprendentes, cada vez que vamos más allá de nosotros mismos, que transgredimos nuestra propia condición y conseguimos transformarnos en una mejor versión de nosotros mismos. Somos sorprendentes cuando sentimos que hemos hecho un bien y no esperamos nada a cambio, ni siquiera un "gracias".
Creo que esa es la sorpresa.
martes, febrero 05, 2008
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