jueves, mayo 29, 2008

Generación Y

Antes que nada, quiero disculparme con los tres lectores de esta pobre y escéptica bitácora virtual, pues la he tenido en “stand by” desde hace un tiempo. Al grano: No porque no haya plasmado nada, significa que tenga abandonado este espacio y que no piense todos los días en él, a fin de escribir algo que sienta que vale la pena. Podría, por ejemplo, describir algún incidente sin importancia, algún acontecimiento cotidiano, sobre cómo me fue en el trabajo, cómo está la familia, los amigos, el último viaje y cosas similares. Si Susanita la bolsearon o si Chonita se quedó sin calzones, si el jefe es un burro consumado, si mis compañeros de labor son o no, unos reverendos insulzos y demás pormenores en la vida de cada quien.

Pero siendo sincero diré que siento que hay muchos blogs que ocupan su tiempo en eso. No porque no valga la pena escribir sobre cosas semejantes. No obstante considero que hay suficiente oferta en la blogósfera al respecto, y aunque ciertamente resulta interesante leer experiencias ajenas (pues uno puede aprender en cabeza ajena), existen miles de bitácoras allá afuera que hablan acerca de ello. Hay veces que me siento tentado a imitar de alguna forma esta tendencia, pero simplemente hago un recuento de las cosas sobre las que me gusta escribir y resulta que la política y todos sus pormenores me hacen reir más que algunas malas series de televisión (como American Idol), incluyendo a sus exquisitas contrapartes mexicanas, las telenovelas y las nóveles e interesantísimas historias, como aquella torpe reedición en la pantalla chica del cómic “El Pantera”. Intuyo, sin duda, que se debe a una cuestión meramente generacional, y allí radica la escencia del asunto.

Durante semanas me he resisitido a la idea de responder a la pobreza semántica y técnicamente periódística de cierta e importante publicación de circulación nacional. He rechazado participar en los debates sobre política que se me han presentado recientemente, y no es porque no haya nada que decir, al contrario, hay tal vez, demasiado que señalar, hay infinidad de temas sobre los cuales discutir. Desde la estúpida toma de la tribuna por parte de los Pejelovers: esos legisladores parcos, inútiles, rateros y borrachos (sólo baste recordar al actual presidente municipal de Acapulco), y que a pesar de impedir el debate político en el país, siguen cobrando sus facturas a expensas del erario público. Y no es que “la clausura” no tenga razón de ser ó porque la discusión en ambas Cámaras legislativas sea de alto nivel, ni porque se plantee de alguna forma el beneficio a los millones que vivimos y sobrevivimos en este ajetreado país, ni porque las mentadas y asquerosas reformas propuestas desde el ejecutivo federal vayan servir para maldita la cosa, incluido el impulso a la economía, ya sea para el cuidado del delicado y afectado tejido social, ó bien, simplemente para tratar de educar, concientizar y desarrollar a miles de connacionales.

Al contrario, es por todos sabido que al igual que durante las elecciones presidenciales de 2006, el gobierno actúa impunemente -con botín en mente- incidiendo sobre el temor de una amplia porción de los ciudadanos de la república. La dialéctica aquí, surge desde el pánico fundado de perder lo poco que se tiene a manos de un manipulador mediático, elevado al estatus de mesías y seguido por una masa amorfa de millones de fanáticos, quienes están dispuestos a incendiar al país mediante una revolución, y defienden los dogmatismos, tropelías, crímenes y despilfarros del líder carismático y su séquito de idiotas, algunos de ellos intelectualoides de bolsillo, quienes ostentan uno o varios “doctorados”, títulos que seguramente consiguieron mediante la compra de algún cereal con hojuelas o chispas de chocolate. A saber...

La situación es la siguiente: hubo un artículo que figuró como ocho columnas hace aproximadamente dos semanas, durante un domingo cualquiera, el cual señalaba las características generales y plenas de la ahora conocida como “Generación Y” o “generación del Milenio”. Además realizaron una comparación entre ésta y la anterior conocida como “X”, sumando una infindad de pormenores como tendencias, conductas, gustos y expectativas de vida, es decir, toda una larga serie de elementos logísticos para incrementar la venta de ejemplares. Y todo hubiera estado bien, pero llegó un punto donde se describían las características especiales de una y otra, “aparejándolas”. Y hasta allí no había problema, a pesar que habían dejado fuera peculiaridades más importantes, de una u otra. No obstante, hubo una que realmente me molestó no por la falta de rigor, el cual priva por todo el artículo, sino porque al esparcir ciertas ideas de forma masiva, se llegan a asumir como verdades incuestionables, aún cuando pueden estar equivocados los conceptos en los cuales se basan.

Lo que sigue a continuación, ningún o casi ninguno de mis contemporáneos, se tomará la molestia de contestar de manera tajante o siquiera tangencial, y no porque sean incapaces, al contrario, se debe en mayor medida a que mi generación tiene como actitud promedio no responder a estupideces, simplemente porque éste “representa un innecesario gasto de gasolina”, simboliza un esfuerzo futil, sin sentido. Puedo decir, sin temor a equivocarme que la característica más representativa de la “Generación X”, no es, como sostuvo en su bien redactado, pero despistado artículo de Ocho Columnas del día 13 de abril de 2008, el Excélsior, al señalar que: La “X” es una generación que no sabe definir si casos como la homosexualidad pueden ser considerados o no como “buenos” o “malos”.

Considero que en realidad es la antipatía y enojo que nos produce la idiotez en todas sus facetas, la característica preponderante de los "X". De ahí que tengamos como mecanismo natural, o segunda piel, el humor ácido y/o sarcástico, la poca reticencia y miramiento respecto a personas con poca cultura general, poco poder de decisión, poca visión sobre los acontecimientos a futuro, sea cercano o lejano; mucho cinismo mal entendido, mucha prepotencia y poco entendimiento sobre las causas, los hechos y las omisiones. Además de la poca tolerancia ante actos u omisiones rampantes de parte de quien sea. De ahí que ni mercadólogos, ni sociólogos hayan podido nunca definirnos y/o “encontrar la llave mágica para cautivarnos”. De hecho, nos sorprende la capacidad de “los verdaderos dueños del mundo” para estimular, acrecentar y afectar a las nuevas generaciones. Es decir, llevar por donde se les antoje, a la inmensa mayoría de individuos que constituyen las generaciones posteriores a nosotros. Y nos preguntamos cosas como: ¿No tienen criterio? ¿Les falta educación? ¿No conocen? ¿No saben? ¿Nadie les ha dicho? ¿Acaban de llegar?



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