Hace unos días nuestro amable y bien vestido presidente, archi-reconocido en otros círculos como el “presidodo”, nos informó por las vías tradicionales (radio y televisión) que su gobierno está preparado para abrir Pemex a la inversión privada, sea local y/o extranjera. Eso sin -aseguró- exponer innecesariamente a la paraestatal bajo control del estado.
Sin embargo, el mensaje fue totalmente erróneo, no porque hubiese elegido una mala ocasión para lanzarlo, al contrario, el timing fue preciso. El problema recae en la poca legitimidad que ostenta con gran parte de la población. Sin contar con el obstáculo paradigmático que representa hablar sobre la entrada de dinero ajeno a Pemex. Si en algún momento, la gente que votó por él, ó por el contrario, aquella a la que le era hasta cierto punto indiferente, le brindaron un pequeño espacio de “duda razonable”, ahora TODO se le ha venido abajo, tiene poca credibilidad ante ellos.
En algún lúdico lapso de la vida, Calderón pensó que podría tenerla “dominada”; pero con sus escuetas declaraciones sobre la transparencia del gobierno federal, sus recetas equivocadas, incluida su decisión de emplazar al ejército para luchar contra el narco, su posición de apoyar cosas soeces como el IETU, la reducción del presupuesto para el rubro de la educación -y cientos de propuestas más por el estilo- la decisión de abrir Pemex a la inversión privada puede convertirse en su “Waterloo”. Si el asunto Mouriño podría haber parecido inocuo, será tal vez este asunto el que hunda la capacidad de operación de su administración.
¿Quién en su sano juicio va a creerle a Calderón, cuando dice que no permitirá la venta o privatización de Pemex y acto seguido anuncia que las personas interesadas podrán adquirir bonos o acciones desde 100 pesos? Osea que “nos quiere hacer de chivo los tamales”; sí, pero no.
Su mensaje solamente me provocó acidez, enojo y decepción, además de unas irrefrenables ganas de mentársela, incluido un escepticismo radical (que rozaba en lo irracional) que se apoderó temporalmente de mi juicio. Si eso provocó en mí que soy totalmente apartidista y no espero nada de nadie, ¿Qué puede esperarse de todas aquellas personas que no únicamente lo detestan, sino que harán todo lo que puedan para desvirtuar no sólo sus palabras, sino cada una de sus determinaciones? Es idiota entonces clamar que “TODOS JUNTOS PODEMOS”.
Siendo así, el supuesto mensaje de Calderón no fue solamente una diatriba insulza y estéril, sino que representó bien su papel de espejo, reflejando acertadamente la incapacidad del primer mandatario de la nación para prever las posibles consecuencias que su voluntad acarrearía, eso o simplemente, como todo político mexicano, en realidad, "le vino guango" todo el asunto.
A pesar que en algún instante me pareció regia la forma en cómo tomó la tribuna de San Lázaro para tomar protesta. Si así fue entonces ¿Por qué no ser más inteligente ahora?
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jueves, abril 10, 2008
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