Lo que se vivió anoche en el estadio Pacaembú de sao Paulo, Brasil, es algo que nadie quisiera vivir y algo que nadie querría ver en ningún estadio.
Corinthians y River Plate jugaban el partido de vuelta de la ronda de octavos de final de la Copa Libertadores el cual ya estaba por terminar con un marcador favorable a River Plate por 3 a 1 cuando de repente en el minuto 38 de la segunda parte un aficionado del equipo local ingresó al campo para tratar de agredir a los jugadores de su propio equipo después de que estos fallaron en evitar que River les hiciera el tercer gol que dejaba definitivamente al Timão fue de cualquier esperanza de vencer al equipo de la banda. El sujeto fue echado del campo pero inmediatamente después el árbitro suspendió el juego al ver que toda la tribuna detrás de la portería del arquero argentino se había dejado ir contra el alambrado para tratar de ingresar a la cancha con la intención de agredir a sus propios jugadores tras la dolorosa derrota. Los momentos durante los que se vivió tal oleada de violencia parecían interminables debido a los esfuerzos de la torcida brasileña por ingresar al terreno de juego tratando de aplastar al cuerpo de policías que intentaba contenerlos. La policía respondió a las agresiones con bombas de estruendo y golpeando a los aficionados que se encontraban al frente de la multitud.
Jamás había visto a una hinchada brasileña comportarse de esa forma y la verdad es que me dolió verlo. De alguna forma entiendo el sentir de los aficionados por que su equipo dejó ir la clasificación, la cual estaba puesta con ese primer gol que anotaron en el primer tiempo ya que gracias a los dos goles de visitantes que hicieron en Argentina el pase estaba casi asegurado. Hasta yo que no soy aficiondo del Corinthians me sentí frustrado por el desempeño del equipo... pero todo esto no justifica la violencia, la cual dejó seis heridos de gravedad.
Esto debe parar ya, la pasión no tiene que ser sinónimo de ineptitud y salvajismo.
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