Por: Mari Carmen Luque
Amigos, el lenguaje periodístico sigue siendo uno de mis sinsabores. Les cuento: esperando a una persona cerca de un kiosco (o quiosco) de periódicos, me entretenía ojeando los titulares de la prensa nacional y extranjera, y en ese ratito, fíjense lo que encontré.
“La habitualidad y el maltrato son objeto de una nueva regulación legal. La habitualidad no puede quedar impune”.
Así, de buenas a primeras, leer en letras grandes y negras que se está tratando de regular legalmente la habitualidad, sorprende bastante. Porque la habitualidad es la calidad de habitual, y habitual es lo que se hace por hábito. Pero, teniendo en cuenta que siempre hubo hábitos buenos y malos, no se comprende por qué la habitualidad, como tal, ha de ser contemplada por la ley.
Para salir de mi ignorancia continué leyendo el artículo, donde descubrí que lo que se intentaba regular era la habitualidad en la ejecución de delitos, es decir, la reincidencia. Pero nuestros amigos periodistas prefirieron utilizar la palabra habitualidad, que así, aislada, no añade bondad ni maldad a nada porque carece de calificación moral, en lugar de emplear reincidencia, vocablo que así, sin más, significa “reiteración o repetición de las mismas culpas o defectos”.
Aunque más pintoresco y divertido es el gazapo periodístico que “cacé” en un artículo sobre el origen de la ya desaparecida peseta española. Decía: “El rey Fernando I dividió su reino, con lo que empezaron las guerras intestinales”.
¡Ah, caramba! No hay más guerras intestinales que las que sostienen los intestinos con la materia fecal para desprenderse de ella. Porque el adjetivo intestinal se refiere a los intestinos, última parte del aparato digestivo, mientras que el adjetivo intestino significa interno.
Así es que las guerras provocadas por la división del reino de Fernando I fueron guerras civiles, internas o intestinas, no intestinales.
Son… gajes del oficio.
P.D.
Excelente artículo, es más tengo algo de tiempo leyendo esta columna (la cual viene incluida "habitualmente" en las últimas páginas de la revista Siempre), y se apega bastante a mi personal manera de percibir el des-uso actual que se ejerce sobre el idioma espaniol, particularmente en México.
Amigos, el lenguaje periodístico sigue siendo uno de mis sinsabores. Les cuento: esperando a una persona cerca de un kiosco (o quiosco) de periódicos, me entretenía ojeando los titulares de la prensa nacional y extranjera, y en ese ratito, fíjense lo que encontré.
“La habitualidad y el maltrato son objeto de una nueva regulación legal. La habitualidad no puede quedar impune”.
Así, de buenas a primeras, leer en letras grandes y negras que se está tratando de regular legalmente la habitualidad, sorprende bastante. Porque la habitualidad es la calidad de habitual, y habitual es lo que se hace por hábito. Pero, teniendo en cuenta que siempre hubo hábitos buenos y malos, no se comprende por qué la habitualidad, como tal, ha de ser contemplada por la ley.
Para salir de mi ignorancia continué leyendo el artículo, donde descubrí que lo que se intentaba regular era la habitualidad en la ejecución de delitos, es decir, la reincidencia. Pero nuestros amigos periodistas prefirieron utilizar la palabra habitualidad, que así, aislada, no añade bondad ni maldad a nada porque carece de calificación moral, en lugar de emplear reincidencia, vocablo que así, sin más, significa “reiteración o repetición de las mismas culpas o defectos”.
Aunque más pintoresco y divertido es el gazapo periodístico que “cacé” en un artículo sobre el origen de la ya desaparecida peseta española. Decía: “El rey Fernando I dividió su reino, con lo que empezaron las guerras intestinales”.
¡Ah, caramba! No hay más guerras intestinales que las que sostienen los intestinos con la materia fecal para desprenderse de ella. Porque el adjetivo intestinal se refiere a los intestinos, última parte del aparato digestivo, mientras que el adjetivo intestino significa interno.
Así es que las guerras provocadas por la división del reino de Fernando I fueron guerras civiles, internas o intestinas, no intestinales.
Son… gajes del oficio.
P.D.
Excelente artículo, es más tengo algo de tiempo leyendo esta columna (la cual viene incluida "habitualmente" en las últimas páginas de la revista Siempre), y se apega bastante a mi personal manera de percibir el des-uso actual que se ejerce sobre el idioma espaniol, particularmente en México.
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