miércoles, octubre 07, 2009

Post: México de mis amores

México de mis amores, olvidos y paseos nocturnos. Coyoacán por la noche en un álgido Beviernes (aka Viernes Social), infaltable en el extravío: Callejón del aguacate. Un Sabadrink (aka Sábado de relaciones amistosas) épico en la Zona Rosa, cuestión deambulatoria por la madrugada, incluidas las peleas con meseros y personal de seguridad en algún Tabledance de poca monta. Tortas de Acoxpa para restablecer la moral de los vencidos. "Domingos de resurrección" con chelada tipo cubano, quesadillas/pozole/birria en el mercado de Xochimilco. Entre semana, rastreos vagabundos por los pequeños restaurantes del centro de la Ciudad de México.

Hace algunas décadas se veía en las calles cierto aire de civilidad. La Ciudad de México que yo viví como niño solía cuidar a sus infantes sin importar la hora. Se podía salir a jugar, sin extremar demasiado las precauciones como padre, y dejar que tus “pochitoques” jugaran hasta las 10 de la noche. Era común observar que desde el hombre más pobre hasta el más rico solían detenerse a pensar en algunas consecuencias de sus actos, y por lo tanto se contentaban con su parte en el trato social. No obstante, no era raro experimentar tanto en cabeza propia como ajena un esporádico asalto, donde el ladrón respetaba hasta cierto punto las pertenencias e integridad de la víctima. Podías pedir “clemencia” para quedarte con lo necesario a fin de llegar a tu casa. El delincuente en cuestión solía discurrir y dejarte con ese mal recuerdo, te dejaba 10 pesos y la contundencia que da el saberse sin dinero para lo más indispensable. Y no estoy hablando de hace más de 50 años, estoy hablando de cuando mucho 20-25 años a lo mucho.

En otras cosas en la vida de una gran urbe como ésta, era común saber que para obtener una licencia de manejo en el Distrito Federal (DF), había que presentar varios exámenes –uno escrito y uno práctico- para acreditar y demostrar pericia tanto detrás del volante como de los conocimientos necesarios para conducir en una metrópoli como ésta. Los choferes de taxis, camiones y tráileres eran conocidos por su pericia y excelente forma de manejar las unidades a su cargo. Podías confiar en ellos si estabas manejando en carretera. Es más recuerdo que mi padre solía decirme cuando salíamos a provincia, que si estabas detrás de un camión de carga, tenías que estar atento para cuando el chofer te diera la señal –con sus direccionales- para que pudieras rebasarlo ¿Dónde quedó esa manera tan extraordinaria de convivir aún conduciendo un automóvil?

Antes subías a un camión de transporte colectivo y dabas los buenos días, el conductor, obligado hasta cierto punto por las costumbres, de buena gana o no, te regresaba el saludo, y entonces pagabas tu cuota para poder viajar. En el pasillo, pedías permiso para pasar a pesar que la unidad de transporte contuviera más pasajeros de los que podía llevar. Todos entendían la premura o la incomodidad del asunto y se hacían a un lado, lo más que se pudiera. En la urgencia, tú no olvidabas tratar de incomodar lo menos posible a los otros, pues sabías de antemano que la civilidad nunca sobraba. Y habrá quien diga, sin duda, que ese tipo de actitudes pertenecían a la clase media=pequeños burgueses. Pero nada más alejado de mi nivel y calidad de vida: mi madre siempre ha sido maestra de educación primaria. Sobra decir que yo no gozaba de las mieles del capitalismo, pero gracias a la labor de mi dulce progenitora, la mayor parte de las veces contábamos con un poco más de lo necesario.

Comprendo que los ejemplos expuestos arriba, no son más que un par en una infinita mar de ellos, pero dicho sea de paso, sirven para contextualizar el diario vivir de la gente común y corriente a tan sólo unos lustros de distancia. Comprendo que la idea que rodeaba el concepto de “civilidad” en esa época, por sus inflexiones y reflexiones, es muy diferente y se encuentra muy alejado del vivido en la actualidad. Hoy es moneda de todos los días sufrir de la intolerancia de algún conciudadano en forma de violencia innecesaria mediante insultos y/o empujones golpes y otras herramientas de interacción social “chilanga”. Me he topado con gente que te golpea a la más mínima provocación, sobre todo cuando no les das el paso, y tienes “la torpeza” de obstaculizarles el libre paso por los andenes del Metro. Como yo tengo mucho más que perder, pues en casa siempre me esperan, acepto insultos y empujones, pero incluso el tipo más calmado llega a perder los estribos y en alguna ocasión he repelido los ataques con un mayor grado de agresión de mi parte ¿Estúpido no? Combatir el fuego con el fuego…

Resulta definitivo entender que la desintegración de los tejidos sociales que nos sustentaban hasta hace poco, ya no existen ó se encuentran en verdadera decadencia. Pero es de subrayarse que esta descomposición es una consecuencia de la educación que recibimos tanto en casa como en la escuela y/o en los lugares de trabajo. En el hogar, porque son los padres quienes en primera instancia brindan a los hijos las fases iniciales de la educación e interrelación con otras personas, los parámetros de lo permisible y el acatamiento de las convenciones sociales, incluidas las leyes. La degradación de la calidad educativa es patente y preocupante, acción que recae finalmente en la enseñanza en las aulas. En el lugar de trabajo ponemos en práctica lo aprendido y obtenemos realimentación de nuestros compañeros, adaptándonos y absorbiendo nuevas formas de interrelacionarnos con los demás, sean buenas/malas ó convenientes/inconvenientes.

Conocido es el problema del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) en México. Catálogos de ofensas sobran. Lo que empezó por ser un motor de la transformación social en este país a partir de la Revolución Mexicana, terminó siendo un coto de poder de unos cuantos, y un verdadero obstáculo para el desarrollo del pueblo mexicano. Increíble que sabiendo las cualidades y omisiones que este órgano comete en pos del beneficio de sus líderes políticos de la más diversa envergadura, las autoridades se dedican a protegerlos, justificarlos y en muchos casos a pasar por alto sus “errores” (ergo delitos), los cuales van desde el enriquecimiento ilícito, la compra de conciencias, coerción sobre personas e instituciones, hasta el perjuicio de aquellos por los que debieran encaminar todos sus afanes: los estudiantes.

En una nación donde los elementos se conjuntan en perjuicio de la misma sociedad, y donde no hay un solo culpable, sino muchos, es claro entender que el circulo vicioso que acabo de exponer termine en lugares no inesperados, pero sí bastante sorpresivos, como la aplicación de la justicia. Así, no es difícil encontrar que las demandas penales ciudadanas no prosperan, que los juicios iniciados contra consabidos delincuentes finalizan con un veredicto positivo para los transgresores, en un insulto y nueva amenaza para aquellos que se dignan y se atreven a denunciar públicamente a criminales, quienes protegidos por el halo de la impunidad, la corrupción, componendas y beneficios propios, salen libres sin haber sido tocados realmente por el brazo de la ley. Asesinos, secuestradores, ladrones, mafiosos, pederastas, políticos que abusan de sus puestos y se dedican a robar al erario, nadie paga su responsabilidad. Pero bueno, no seamos pesimistas, si hay alguien que responda a las obligaciones y responsabilidades que le corresponden, y esos son todos los contribuyentes cautivos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), esos sí que pagamos, y de acuerdo con el plan del gobierno habremos de conformarnos con un aumento en los impuestos, nos parezca o no, haya transparencia o no en su uso y destino, sin importar si la opacidad con la que se entregan y distribuyen se extienda desde los puestos más insignificantes hasta las élites encumbradas en el poder, y mucho menos si con ellos los corruptos se hacen de bienes que consideran propios.

Imposible para un ciudadano que trata de apegarse a la ley, no dar “mordida” (sobornos) a las autoridades, pagar sus impuestos y contribuir al crecimiento del país; escapar de las responsabilidades. Imposible rehuir, escaparse a la frontera y vivir como ilegal en Estados Unidos. Imposible dejarse arrollar por los hechos, horrendos unos y patéticos otros, imposible dejar que el país sucumba, se desintegre en manos de personas que no tienen escrúpulos y que no poseen el mínimo interés por preservar un modo de vida, una cultura, un sitio en el mundo. Resulta pues inútil, exigirle a quien no está dispuesto a crear, construir, respetar, cuidar, sembrar, sanar, enseñar, aliviar y amar, que cuide algo que no es suyo, algo que le es ajeno por completo, y del cual sólo desea obtener una posible ganancia monetaria/beneficio a corto plazo. Porque lo que más necesita este país en este instante es eso precisamente: Amor.

Amor por el prójimo, por la nación, por nuestros hijos, por nuestra libertad, por nuestros derechos y obligaciones, por nuestro medioambiente, por nuestras tradiciones y cultura, por nuestra forma de vivir y entender el mundo. Amor por la paz, la equidad y la justicia. Y sin embargo, hoy estamos alejados más que nunca de ese sentimiento, de ese ideal, de ese verbo que representa, entre otras cosas, cohesión, pertenencia y orgullo.

Es entendible y hasta justificable el sentir de miles de mexicanos, quienes hartos de la privación en la que viven, busquen hacerse justicia por propia mano. Ante la ausencia de un estado de derecho “eficiente”, de una justicia real y expedita, ciudadanos comunes y corrientes hartos de la negligencia, omisión, complicidad, liderazgo y clientelismo de autoridades con el crimen organizado, es esperable que intenten obtener algún tipo de retribución, algún tipo de protección contra los “amigos de lo ajeno”. Casos se han conocido sólo algunos, por ejemplo, los vecinos del centro del pueblo de Tláhuac, quienes hacen rondines para detener a “personas sospechosas”; los distintos grupos de individuos armados que recorren diversos estados del Centro y Norte del país y que “ajustician” a narcotraficantes, ladrones, violadores, etcétera; los intentos de algunos residentes de ciudades como el DF ó Oaxaca que buscan con afán a criminales para hacerles sentir el peso de su malestar, y lo poco conveniente de su conducta, o el caso de un profesor de Kendo que al no ver salida tuvo que usar su conocimiento para defender su vida y la de sus seres queridos. El peligro estriba en que se puede hacer pagar a quien no tiene responsabilidad en el evento. Baste recordar el linchamiento de dos policías en las inmediaciones de Tláhuac a manos de una turba enardecida, elementos de la Policía Federal Preventiva (PFP) a quienes el actual jefe de gobierno del DF abandonó a su suerte. No debe ser el único caso, podría haber más, pero esos son los que conocemos gracias a los medios de comunicación.

Hace casi un año leí un excelente post en la bitácora de Aranta -haciéndole siesta al tinto- y tuve la fortuna de leer su escrito gracias a que seguí sus comentarios en un texto del proyecto editorial independiente Hermano Cerdo. Después de leer su artículo, no pude sino esbozar una sonrisa y pensar en lo próximo que estábamos en México de palidecer ante el surgimiento de un personaje televisivo como Dexter; pero en la vida real. Alguien que cansado de perseguir sus propias obsesiones, decide tomar cartas en el asunto y eliminar a aquellos que representan -en su percepción- un cáncer para la sociedad. Aunque este tipo de individuos ya han sido retratados de alguna forma en largometrajes como Centinelas y Vengador Anónimo, personificada por el mítico actor Charles Bronson. La mecánica de la historia anterior es simple, delincuentes destrozan la vida del personaje central al asesinar/violar a sus familiares. Éste como retribución y ante la falta de certeza jurídica del estado, determina ejercer la justicia por su propia mano, desapareciendo a los agresores. En el caso de Bronson es triste ver que jamás se vuelve a topar con los delincuentes que acabaron con su familia. Sin embargo, de ahí en adelante se avoca en cuerpo y alma a cazar en las calles a ladrones, asesinos y narcotraficantes. Lo patético en México, es saber que los criminales que fuiste a denunciar, no únicamente salen libres y con una recomendación de la Comisión de Derechos Humanos -porque dentro de los términos jurídicos se violaron sus garantías y derechos- sino que son harto conocidos, ya que no sólo viven en tu colonia o barrio, además, seguramente los verás pronto, pues te irán a buscar al saber que fuiste tú quien los denunció ante las autoridades. Desde esa perspectiva no es sorpresivo o irreal pensar en ciudadanos que en un futuro próximo puedan tomar la justicia en sus manos y que al amparo del anonimato decidan acabar con pillos y secuestradores por igual.

De nada nos sirve entender que los problemas que padecemos hoy tienen un carácter multi-contextual, holístico e histórico (Traducción: todo problema tiene un inicio, varias causas, y tiene que comprenderse su independencia del resto de la realidad, y al mismo tiempo su interrelación con otros sucesos). De nada sirve tratar de encontrar culpables y señalarlos para que paguen su culpa, si lo más importante y verdaderamente trascendental consiste en comprender que solamente somos nosotros los únicos que motivaremos y engendraremos el cambio, eso si realmente queremos sobrevivir como país y sociedad, como mexicanos libres que desean algo más que acudir a vitorear a personas muertas cada 16 de septiembre. Recalcando: individuos que fallecieron hace años, pero que entendieron en su momento y coyuntura histórica, el valor de pararse valientemente de frente y acometer la tarea titánica de construir un país, pero no para su disfrute personal e inmediato ó para cosechar el “respaldo popular” con intereses políticos, ni siquiera para autoerigirse como la pretendida salvación de un pueblo ó un “exitoso” gobierno de transición, sino que lo hicieron con la idea de edificar un lugar para aquellos que con el paso del tiempo habríamos de venir detrás, y que gozamos de ese esfuerzo y sacrificio, que hacemos usufructo de ese país, deseando lo disfruten nuestros hijos y nietos, que vivan en esa nación que se hace respetar por sus valores éticos y morales, y que se abre siempre a quien desea refugio, casa, hogar y sustento. Tierra a donde han llegado los pasos de personas perseguidas y angustiadas, hambrientas y cansadas desde los cuatro puntos cardinales de la tierra; de otras tantas deseosas de elaborarse una vida mejor, de cimentar un futuro promisorio y ese único sitio en el mundo se llama: México.

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