miércoles, noviembre 30, 2005

(Parte 1)

Chonta... ¿qué?
Estar tres metros bajo tierra, literalmente se entiende como estar muerto. Pero no, no es así, yo estuve bajo tierra (de hecho más de tres metros) y ha sido una maravillosa experiencia. Tal vez crean que estoy alucinando o algo por el estilo, pero no; de hecho, ahí te sientes más vivo que nunca...
Llegamos a la entrada de las grutas de Cacahuamilpa, y de inmediato nos alistamos para abordar una camioneta que nos llevará a un místico lugar. Todos subimos y son unos 20 minutos más de recorrido, hasta que se detiene y nos deja en una vereda. Comenzamos a caminar y siento cómo una gota recorre lentamente mi espalda... es la muestra de que el sol está apunto de ocultarse y de que hemos caminado por lo menos ya una hora.
Nos detenemos un momento y un señor nos registra en su cuaderno de hojas amarillentas, el cual guarda muchos nombres de personas que han pasado por aquí y que quizá (como en mi caso) se hayan preguntado: ¿habrá sido una buena decisión venir?
Ahora estamos caminando por un sendero, el camino es plano y tranquilo; el sol ya se ha ocultado entre las nubes.
Después de aproximadamente 45 minutos de seguir caminando, llegamos al punto en donde se tiene que hacer un esfuerzo para subir entre rocas y árboles, el cansancio es leve, sin embargo uno comienza a fatigarse y a tomar pequeños descansos para recuperar el aliento. Al fin el camino de nuevo vuelve a ser plano y ahora caminamos entre arbustos; el canto de los pájaros nos acompaña y la respiración ya no es tan agitada como antes.
Los que van adelante se detienen y en poco tiempo se concentra el grupo. Me pregunto por donde hay que seguir, miro hacia mi derecha, hacia mi izquierda... nada; ah! Claro, hacia adelante... tampoco. ¿Y el camino? Pregunto ansiosa. El camino terminó. El verdadero reto ha llegado. No fue la leve escalada de rocas y árboles. Miro hacia abajo y las piernas me tiemblan. El agua choca entre las rocas y provoca una melodía hermosa, ahora la recuerdo así pero en aquel momento lo único que escuchaba era una vocecilla que repetía una y otra vez “¡Pero querías venir ¿no?!”
Sólo una cuerda me ayudará a llegar a la escalera de metal que me ayudará a llegar “allá abajo”, las piernas me tiemblan, las manos me sudan, mi corazón late rápidamente y después de dar un respiro profundo tomo la cuerda e imploro llegar, no importa cómo, simplemente llegar a la entrada del río Chontacoatlán...




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