miércoles, junio 15, 2005

mai laif

Soñar con huesos ¿No te pasa que en ocasiones despiertas con la cintura adolorida, acaso porque el colchón es demasiado viejo, y te levantas, caminas hacia el espejo, te contemplas te rascas la barba de tres días, y te sientes incompleto? ¿No te sucede que encuentras nubes en tu mirada y tu corazón se mueve como si fuera una cucaracha? ¿No percibes que, a veces, tienes puesta una careta en vez de rostro y que la sonrisa se ha fugado por la ventana, mientras tú mirabas el cielo gris de esta pinche ciudad gastada? Y como quisieras que tu vida, los suspiros, las horas, fueran diferentes, aunque en realidad poco se puede hacer porque habría que hurgar en la memoria, rascar en los sueños, apelar al destino, pedirle piedad a los dioses. La verdad que no es sencillo. Tendrías que salirte de ti mismo y contemplarte mientras duermes, pero es muy peligroso porque te asombrarías de no reconocerte en esa maquinaria desajustada, con algunas piezas sueltas y un manual difícil de descifrar. ¿Y sabes por qué es todo eso? Porque tus castillos de naipes mal construidos están, porque ni tus amigos te pueden soportar, porque hasta el gato de la abuela se eriza cuando lo miras retozar. Porque resulta que el futuro te produce vértigo y te orilla a vomitar, que las manecillas de tu reloj parecen hablar, que tu guitarra no tiene más canciones en la semioscuridad, que hay poetas que se desangran en metáforas que nadie entenderá. Resulta que las canciones de Fito Páez te hacen llorar, que odias a Ricky Martín por banal, que detestas a Cristian Castro por heredar tanta imbecilidad. Es triste, pero resulta que te agobian las deudas que nunca acabarás de pagar, que la hipoteca de tu casa se parece más a una enfermedad, que las monedas de tu bolsillo son un adorno más, que la economía nos asfixia y los panistas siguen empeñados en volver a ganar. Lo que es peor, resulta que a los políticos no les encuentras ninguna utilidad, que ninguno de los candidatos parece de fiar, que sus discursos son tan sinceros como las caricias de una chica en el teiboldans. Resulta que cada vez hay menos poesía en la mirada de las mujeres que te encuentras al pasar; que hay miles de besos que nadie quiere entregar, que las ausencias en tus espejos no se dejan de reflejar, que aunque te caigas a pedazos no puedes olvidar. Incluso, a veces, sientes que tienes alma de perro y entonces te da por soñar con los huesos de una mujer que no volverá. Y lo que es peor, resulta que tu alma es un volkswagen desvalijado. Apenas el pinche cascarón sobrevive y entonces no puedes sino sentirte abandonado, abatido, inmóvil. Y no queda nada más que esperar a que ese frío en la médula espinal te deje de atormentar. ¿A poco no te pasa que tienes en la cabeza un dolor que no deja de palpitar? Y tu cuerpo parece la azotea de una vecindad, el traspatio en el que se oxidan las pasiones, se pudren los deseos, se arrumban las caricias que nunca supiste entregar, donde almacenas las derrotas que siempre dolerán. Finalmente, resulta que estas palabras no tienen ninguna utilidad, que hasta cabrían en una tonta canción de Arjona, de esas que riman falda con espalda y sombra con alfombra. ¿Tan bajo habré caído?

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