miércoles, diciembre 07, 2005

(Parte II)

Chonta... ¿qué? (Parte II)
Después de pensarlo unos 10 minutos, por fin me decido a tomar la cuerda y emprendo la bajada. Me toma más de 20 minutos bajar, es un gran esfuerzo pero al fin mis pies toca tierra firme. No soporto el dolor de mis brazos y piernas. Aún las siento entumidas, pero creo que fue mejor aferrarme a la escalera de metal -sí, bajamos por una escalera de metal- y no arriesgarme a caer (¡cielos! No estaría escribiendo estas líneas).
Cuando llegamos abaja ya es de noche y las estrellas son cómplices del inicio del gran reto.
Cada quien se prepara para entrar al río. Sus aguas están tranquilas, pero aún así no es válido confiarse, porque la corriente es traicionera. Ya en short, playera y tenis, volvemos a tomar camino, pero ahora cruzamos sobre grandes rocas húmedas y en ocasiones resbalosas. “Bienvenidos a Chontacoatlán”...
Entramos y las luces de nuestras lámparas iluminan el camino. Seguimos el río y caminamos sobre un terreno arenoso. Es plano y algunas veces hay que esquivar una que otra roca, el golpeteo del agua contra las rocas armoniza nuestro viaje. Al iluminar las rocas con las lámparas éstas emiten destellos luminosos y la humedad que las envuelve hace que se sienta un calor bochornoso en el ambiente.
De pronto, el camino se topa con una gran columna de rocas y sólo nos queda seguir dentro del río. El calor del que hablaba desaparece en cuanto uno siente el agua fría sobre los tobillos. Poco a poco el nivel del agua sube hasta mis rodillas; el caminar se vuelve un poco complicado ya que el agua impide dar pasos firmes y se debe tener sumo cuidado con las rocas con las que se vayan cruzando en el camino.
De pronto el agua va bajando de nivel, hasta que cubre sólo los tobillos, así que de nuevo caminamos por el sendero arenoso y plano. El río ahora toma una pronunciada curva y nos deja. Nosotros seguimos caminando mientras otra columna de rocas nos da de frente. Esta vez es pequeña, así que la vamos a cruzar.
Trepamos por una enorme roca, asegurando el paso y ayudándonos con las manos para poder subir a la otra roca. Las rodillas, las manos y hasta la cara se encuentran arenosas, pero eso es lo que menos importa, sino ahora bajar entre las rocas lisas y resbalosas. Con un poco de trabajo logramos descender la mitad, ahora sólo falta descender de “resbaladillita” sobre una enorme roca. Es divertido y el cansancio que ya se hacía presente se olvida en esos momentos. No faltó quien resultara un poco lastimado, simples raspones y moretones que se quitarán después.
De nuevo encontramos el río, pero esta vez se encuentra tranquilo y pasando entre la infinidad de rocas. Han pasado más de 3 horas y media y el cuerpo agiotado pide a gritos un descanso.
Llegamos a un lugar plano, muy amplio, libre de agua y rocas “La Claraboya”, así le nombran y es un lugar perfecto para descansar y reponer las energías. Todos nos cambiamos y cenamos. Agotados contamos nuestras impresiones sobre la primera parte del viaje y uno a uno va abandonando el círculo para dormir y soñar.




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