domingo, agosto 07, 2005

Una vida de entrada

¿Cuándo usted va a la iglesia que piensa? ¿Qué es lo primero que le viene a la mente? ¿La corrupción de la Iglesia Católica? ¡La pedofilia? ¿Los problemas que los gays causan con su necedad de ser aceptados dentro de una comunidad que no los quiere? ¿O en realidad su mente se ocupa de la homilía del día, la cual en la mayoría de lo casos tiene como objetivo hacerle pensar en su situación actual y forzarlo a una reconstrucción masiva de su propia persona? Cualquiera que sea su respuesta, a favor o en contra, no debe dejar de lado un factor decisivo: Puede que usted ni siquiera sea católico. Dios jamás dijo que nos vendría a solucionar todos nuestros problemas. De hecho existe la creencia entre los monjes Zen que Dios ha hecho suficiente con traernos aquí, uno está comprometido con todo lo demás. Debe haber siempre una voluntad de nuestra parte para ayudarnos unos a otros, aunque usted sea homosexual y yo esté en contra de lo que usted representa. No por eso debo dejarlo en la ignominia e impedirle ser. Sin embargo, usted debe mostrar el mismo amor y respeto. No está de acuerdo conmigo, pero debe cuidar mi diferencia, mi gusto, mi preferencia. Sólo eso podrá salvarnos: La unidad entre nosotros.
Por otro lado, la tolerancia no se amplía de la noche a la mañana, es un ejercicio constante. Pero con límites. Los míos y los suyos.

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