jueves, mayo 11, 2006

¿Qué eliges cuando sólo te queda reir o llorar?


El desesperado habla:
Todos teníamos cosas importantes que hacer hoy. Para mi lo importante era una entrevista de trabajo, aunque quiza para el monigote de al lado lo importante era la chela con sus compas, y para la señora de enfrente ir a recoger a sus tres chamacos a la primaria y a los otros dos al kinder. El tipo del camión no se preocupa por la situación porque lleva el pollero lleno y eso le ayuda a hacer más ligero el trayecto, además de que esto es para él tan cotidiano como un asalto o un bostezo. Mientras tanto yo siento como hiervo por dentro del coraje al darme cuenta que la autopista está cerrada, por enésima ocasión, y más me molesta no haber prendido el radio para enterame. Nuevamente los grupos se unen para protestar por lo que consideran un abuso, una infamia, una afrenta contra el pueblo de México, mientras yo me pregunto ¿acaso no lo que hacen también lo es? Grupos tan divergentes como el CCH y el Movimiento por la defensa de la tierra se unen para bloquear las principales arterias de la ciudad, con el fin de llamar la atención sobre los brutales abusos cometidos por las autoridades en Atenco, sucedidos en medio de una sospechosa confrontación que a todas luces parece injustificada. Sin embargo el asunto va más allá. En pleno año de Juárez se hace evidente que su máxima es sólo un lema anacrónico para aquellos que aseguran defenderla. Las manifestaciones son sin lugar a dudas un derecho, pero los bloqueos son otra cosa. Tal vez a una persona sólo le afecte como un día menos para ver la jeta del patrón. Quizás otro chamaco está feliz porque puede justificar que no llegó a la escuela sin que su maestro se ponga loco. Pero también puede existir el caso de una persona cuya única oportunidad de sobrevivir a un accidente era llegar cuanto antes al hospital, que casualmente y para desgracia suya, se encontraba en el camino de la manifestación por “la defensa de la libertad”. La incapacidad de medir las consecuencias de nuestros actos se suma a nuestra enfermiza obsesión por aceptar verdades maniqueas, sin dar lugar al entendimiento y sin pensar en la forma en que afectamos a los demás. Empiezo a darme cuenta de los cambios de ánimo en el camión cuando veo que el wey que llevababa media hora viéndole el escote a la señora que va sentada junto a él empieza a seguir el vuelo de una mosca que como nosotros tomó la decisión equivocada de treparse al camión. Obviamente piensas en bajarte, pero te das cuenta que para cuando cambies de ruta, o bien cuando puedas llegar a donde estan los valerosos defensores de los derechos humanos, ya habrán pasado dos horas y de todas maneras no llegarás a tiempo a tu destino. Te aferras a la esperanza de que el camión está avanzando poco a poco, aunque esto sólo significa que los espacios entre los coches son cada vez más estrechos, lo que convierte a la calle en una especie de compactadora de basura. Finalmente te resignas; no falta el que se baja de su nave para fumarse un cigarro y comentar el punto con el interfecto de al lado. Desgraciadamente habrá alguien más que no tiene la suerte de que esta experiencia quede sólo en un berrinche y unas mentadas de madre. Habrá quien pierda su trabajo por esta gracia. Habrá aquella señora que por no llegar a tiempo perderá la oportunidad de recoger a su hijo, mientras el niño se encuentra frente a la escuela expuesto a cualquier cosa. Habrá el novio a quien cortarán por llegar tarde una vez más. La niña que viajaba en la ambulancia no tendrá la fuerza suficiente para resistir a que llegue un helicóptero por ella. Y todo esto pasará sólo porque aquellos que se describen a si mismo como defensores de los derechos humanos olvidaron una pequeña cosa, tan pequeña que a veces pasa desapercibida, y esta diminuta cosa se llama Sociedad.




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